Año tras año, Sitges es una cita inevitable, como la Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián o el Festival de Cine de Gijón, eventos clave que, ineludiblemente, van unidos a mi existencia desde hace años… muchos años… ni se cuántos ya… ¡He crecido con ellos! He perdido pelo, he curtido mi retina, he hecho amigos y enemigos… He hecho y deshecho fanzines, he presentado cortos, he perdido novias y ganado unos kilos. Una larga historia.
En 2006, una semanita en Sitges ha dado para mucho, para ver cerca de treinta películas y nosecuántos cortos. Nada del otro jueves al lado de los empachos de celuloide de antaño, cuando corrías de un cine a otro sin comer, ni beber ni miccionar, para tragarte, una tras otra, películas que ya ni recuerdo. Ocho en un día es mi record, no me caso de mentarlo.
Últimamente Sitges está, afortunadamente, más fantástico que nunca. Atrás quedan aquellas ediciones que pretendían cambiar de bando, abandonar el género a su suerte para competir con los festivales grandes de Europa. Menos mal que alguien se dio cuenta a tiempo de que, con el absurdo volantazo, se habían salido de la carretera. Antes del previsible piñazo, alguien retomo el rumbo y gracias a ello podemos disfrutar con el pase de grandes clásicos, enormes estrenos y sublimes ponzoñas, por qué no decirlo.
Soy de los que piensan que lo peor de los festivales son las películas, pero en el caso de Sitges la regla no se confirma, más que nada porque no hay otra cosa. Las fiestas brillan por su ausencia, y las que hay son, siendo concisos, un coñazo. Tampoco hay mucha actividad paralela, por no decir nada, con lo cual sólo queda ver películas y más películas, que a la hora de la verdad es a lo que vamos, o a lo que deberíamos ir, ¿no?
Este año el evento catalán se ha revelado más caótico que nunca, con continuos retrasos en las sesiones, alguna suspendida, ruedas de prensa a las 12 de la noche y Joe Dante presentando su filme, ante mi sorpresa, un domingo a las 2 y pico de la mañana ante algo más de un centenar de freakies, con el Auditorio, con capacidad para cerca de 1.700 personas (si no me equivoco) bastante tristón. Detalles incomprensibles. Una pena, pero vayamos a lo importante: ¡a las películas! Soy telegráfico. Por si no lo he dicho ya, odio los posts extensos, me da pereza leerlos, y éste ya va fino.
El laberinto del fauno. Vaya por delante que Del Toro me cae muy bien, luego no soy muy objetivo. Me encanta Blade II, con eso digo mucho. En esta ocasión el orondo mexicano ha elaborado un cuento delicioso, macabro por momentos (lo que es muy de agradecer), que funciona mejor en su parte fantástica que en la realista, que me la creo menos (fíjate tú). El relato es todo menos original, con mucha cara, pero hay secuencias hipnóticas que bien valen el precio de la entrada.
A Scanner Darkly. Me empiezan a aburrir las historias de confusión de identidad de Philip K. Dick. Esta no resulta nada original a estas alturas. Estéticamente es un puntazo, y tiene un comienzo hipnótico y prometedor, pero visualmente me acabó cansando. Merece la pena verla como curiosidad, sobre todo para el que no haya visto Walking Life, también de Richard Linklater.
Pulse. Otro remake americanoide de un éxito oriental: Kairo. Evidentemente, la cinta predecesora le da mil vueltas a esta innecesaria versión que no logra inquietar como el material de partida. Otra adaptación que confirma la falta de ideas en Hollywood y la absurda moda de rehacer, mal, lo ya hecho.
The Host. Obra magna. Sublime. Lo mejor que vi en Sitges. Una peli con monstruo rodada con mano mágica. Con detalles originales que la hacen única. Me lo pasé como un enano. La anterior de Bong Joon-ho, Memories of Murder, también me flipó. No hay que perder de vista a este cineasta, que juega con el tono a su antojo y es capaz de mantenerte en tensión, arrancarte una carcajada y congelarte la sonrisa con inusitada maestría. Im-prescindible.
Homecoming. Un episodio de la serie indispensable Masters of Horror, dirigido por el inefable Joe Dante. Más de uno ya os lo habréis bajado de internet, pillines, al igual que Cigarrette Burns, del gran John Carpenter. Un doble programa indispensable. Prefiero recomendar el pack sin contar nada más, para no pifiar la posible sorpresa.-La caja Kovak. Ni fu ni fa. Reconozco el esfuerzo de Daniel Monzón por hacer una buena película de suspense, en la tradición de Hitchcock Co., pero precisamente por eso, aunque entretenida, me resultó rancia. No hay que quitar méritos a la apuesta, pero la sensación de que está bien, pero ya la has visto, no se me quita de la cabeza.
Le Science des Rêves. Michel Gondry lo ha vuelto a hacer. Una película personal e intransferible, deliciosamente feísta. Le sobra algo de metraje, como todo filme que devoro últimamente (incluido The Host), pero el realizador galo logró cautivarme con una historia de un niño grande enamorado con la que es difícil no sentirse identificado. Chapeau!!!
TO BE CONTINUED…