A los cinéfilos de última generación el cine de Tarantino les parece el principio de todo, es decir, algo viejo, por mal que nos pese a muchos. Los años 90 pasaron y muchos títulos de aquella década, obviada y ahora encumbrada, son susceptibles de ser rehechos. Uno se da cuenta de que pasan los años –de verdad- cuando nuevas versiones de títulos cinematográficos que marcaron una época asaltan la cartelera. Peinamos canas, peinamos remakes, aunque nos sorprenda, en gran parte porque no queremos admitir la realidad y tantas horas abducidos por la sala oscura pasan factura, aunque alivien el tedio y el cine nos ofrezca una existencia más excitante y llevadera. Es citado el responsable de “Pulp Fiction” por aparentemente cercano en el tiempo, por poner un ancla a los pensamientos que vehiculan este texto. Además, su visita a Sitges a presentar “Curdled” fue el principio de una gran amistad con el festival para el que esto escribe. Desde entonces, y antes, bastante antes, su programación ha acogido edición tras edición innumerables películas de culto rodadas de nuevo para adaptarse a la actualidad. También han lucido en su ecléctica parrilla filmes de nacionalidad exótica absorbidos por la industria hollywoodense, puestos al día, convenientemente maqueados, con desigual fortuna, para llegar con mayor garantía de triunfo a su supuesto público potencial, una idea harto discutible.
En 2013 Sitges cuenta con varios esperados remakes, como “We Are What We Are” y “Patrick”. El título mexicano es cercano en el tiempo, atiende a la mentada fórmula de rehacer a la americana lo bien hecho en otro país, una estrategia no siempre eficaz. Con la segunda propuesta se actualiza una cult-movie esencial de finales de los 70. Los que la disfrutaron por aquel entonces en pantalla grande repeinan canas, y cuentan por decenas sus arrugas cinéfagas. Los habrá que sufrieron lo suyo viéndola de tapadillo en la tierna infancia, escondidos detrás del sofá o empleando cualquier otra maniobra púber de acercamiento a lo prohibido a través de la ventana electrónica. Precisamente Guillermo del Toro, amante del celuloide fantástico hasta la médula, llevaba tiempo queriendo adaptar a los nuevos tiempos una de las películas que le marcaron de niño. Toda una generación lo pasó fatal de chaval al ver un telefilm de la ABC del año 1973, “Frío en la noche (Don’t be afraid of the dark)”, que paso a ser “No tengas miedo a la oscuridad”, a secas, hace no mucho. Desgraciadamente, el resultado novedoso nos aburrió sobremanera, el director que asumió el encargo se dejó el salero en casa y el máximo artífice de la fantabulosa “Pacific Rim” permitió desde la producción la domesticación de una pieza básica en su bagaje cinematográfico.
Hay una manía extendida que consiste en edulcorar lo que funcionó hace tiempo, en tergiversar las virtudes de grandes clásicos en pos de una comercialidad mal entendida. Hay una obsesión por dar un barniz de realismo a los productos de nueva hornada, entorpeciendo los mecanismos del género. Se fastidia el espectáculo al querer explicar lo inexplicable, uno de los puntos fuertes del fantástico, de la ficción en definitiva. Pasa a menudo, por no decir siempre, con los remakes made in USA de cintas orientales de éxito, “The ring” sin ir más lejos. Si los fenómenos del más allá no terminan de entenderse, mejor que mejor, lo indescifrable tiene más intríngulis, da más miedo, no siempre ayuda poner un pie en lo palpable. En otro ámbito, también hay que ser muy valiente, o muy insensato, tener pocas luces, o demasiadas, para aceptar el cometido de afrontar detrás de la cámara una nueva versión de “Perros de paja”, incuestionable obra maestra del inefable Sam Peckinpah, un director de raza que tendría serias complicaciones para ejercer su profesión en los tiempos que corren, donde la obsesiva y asfixiante corrección política es el cáncer de la creatividad. Pero alguien se atrevió, como ha ocurrido tantas otras veces. Nos sonó en su día a inocentada el anuncio de que el mismísimo Werner Herzog encabezaba junto a Nicolas Cage un supuesto remake de “Teniente corrupto”, la obra magna de Abel Ferrara rodada en 1992, con Harvey Keitel como protagonista. Meses más tarde el proyecto visitaba la cartelera ante los atónitos ojos de los seguidores del polifacético cineasta, de autoría incuestionable.
Freddy Krueger, el psycho-killer con cara de pizza, sombrero de ala y jersey a rayas, fue también maquillado para su nueva gira, casi treinta años después de su lanzamiento al estrellato de la mano de Wes Craven. El promotor de esta nueva versión, el indómito Michael Bay –tipo respetable tras degustar la genial “Dolor y dinero”-, hizo lo propio con “La Matanza de Texas”. Se revisa así un clásico del cine de terror, se le da brillo para que las nuevas generaciones se pongan al día (y tan contentos). Recordemos el escalofrío poco duradero cuando en el pasado siglo saltó la noticia de que se iban a colorear largometrajes en blanco y negro para mejorar la digestión del público medio. Los acérrimos aficionados al género nos llevamos las manos a la cabeza con la puesta en marcha de “La cosa (The thing)”, versión de 2011. No era un remake del clásico protagonizado por Kurt Russell, que a su vez partía de “El enigma de otro mundo”, firmado por Howard Hawks. Era una precuela, como ya ocurriera con la exitosa “El origen del planeta de los simios”, otra opción a tener en cuenta en esta invasión de éxitos revividos. Teniendo en cuenta que las comparaciones son odiosas, las propuestas recientes que recogen temáticas que funcionaron hace años, remozándolas de aquella manera, es mejor verlas como algo independiente. El lavado de cara, descafeinado, de la cinta obra del excelso John Carpenter clausuró Sitges, donde fue recibida con ganas, aunque no caló en el personal, ni de lejos, tanto como la cult-movie original pergeñada en los míticos años 80, cuna de títulos potencialmente remakeables. Con “Prometheus”, de guión tan injustificable como sugerente y divertido, Ridley Scott tiro hábilmente por la calle del medio y nos ofreció un delirante reboot de “Alien”, con la etiqueta de capítulo anterior, reforzando una franquicia imitada una y mil veces en adaptaciones no confesas, otro mundo por explorar, si tuviésemos más extensión para un tema de estas características. ¿Relación de “Los otros” con “Suspense (The innocents)?
Pero aliviemos el sentimiento hater, porque también el ejercicio del remake nos ha traído sorpresas muy agradables, como el comienzo de “Amanecer de los muertos”, uno de los arranques más potentes del cine de terror de los últimos tiempos y, probablemente, la mejor película de Zack Snyder, neutralizado tras caer en manos del virus Nolan, defensor de añadir realismo a lo que no lo necesita, un pecado mortal en el reino de la fantasía que no nos cansamos de denunciar. El maestro Rob Zombie firmó un remake potente con “Halloween”, otro Carpenter indispensable, y se salió del tiesto con la secuela, de obligado visionado para entender mejor la poderosa –y ya referencial- “The Lords of Salem”. La renovada “Evil Dead” reivindicaba más sangre que su inspiración, nada de soserías, con un final apoteósico, digno de ser mencionado en representación de lo último de lo último. Concluimos este resumen del mundo del remake oscuro destacando a Haneke, capaz de rehacerse con nota alta a sí mismo en la traslación USA de “Funny Games”, prácticamente plano por plano, es decir, ¿para qué cambiar lo que ya está bien? Se supone que cuando retomamos algo partiendo de cero es porque queremos mejorarlo. Como ir a por la matrícula de honor en el curso académico después del sobresaliente. Por tanto, ¿qué hacer si la película original nos ofrece un material de partida insuperable? Por lógica, basta con rematar la nueva faena con los mínimos retoques. Me pido “Los viajeros de la noche”, de Kathryn Bigelow.
(texto aparecido en el diario del festival de cine de Sitges)