“The Lords of Salem” es una de las películas más esperadas de la temporada por el aficionado al cine de terror. Pudo verse en el festival de Sitges, y en el pase de prensa –proyecciones con un ambiente poco recomendable para la catarsis colectiva- algunos blogueros despistados osaron abuchear al inefable Rob Zombie, artista multidisciplinar donde los haya. Para el que esto escribe su hábil programación fue lo más destacable del indispensable evento, junto a otras piezas que despertaron filias y fobias, a la cabeza “Spring breakers” y “Cosmópolis”. Incomprendidas por algunas mentes obtusas, el tiempo las pondrá en su lugar. De culto inmediato, es de agradecer que existan a día de hoy propuestas incapaces de dejar indiferente al público. Probablemente el último delirio del director de la magnífica y cruda “Los renegados del diablo” no cumpla con las expectativas de muchos espectadores, incluso seguidores entregados. Como pedía recientemente la igualmente polémica “Holy Motors”, hay que creer antes de ver. De lo contrario, no es fácil entrar en una película que ofrece una buena muestra de cine de autor de género (ojo al dato).
El nuevo trabajo de Zombie es una película-ritual que transmite sensaciones, buenas y malas, siempre para el regocijo de la platea (lo suyo es verla ceremonialmente en la sala oscura). Desasosegante, desafiante, desvergonzada y horripilante por momentos, “The Lords of Salem” es un canto de amor del reconocido artista amante de la cultura trash a su esposa, Sheri Moon Zombie, protagonista absoluta del aquelarre audiovisual. Rabiosamente diabólica, la cinta remite a grandes clásicos del fantaterror y ofrece imágenes que retratan el universo fetichista de un cineasta rara avis que juega con los lugares comunes del género, pisoteando las raíces del miedo cuando le conviene para ofrecer algo distinto, sobre todo en el surrealista tramo final, encantadoramente sórdido, cargado de simbolismo y locura. Si “La semilla del diablo” la hubiera dirigido David Lynch en un ataque de pánico el resultado lo tenemos estos días en la cartelera.
“The Lords of Salem” presenta a una DJ que trabaja en una radio independiente por las noches. Un mal día recibe un misterioso vinilo –todo un tratado de principios- que al pincharlo sumerge a los oyentes en un estado hipnótico, el mismo que puede atrapar a todo aquel que se deje llevar y se preste a sentir en sus propias carnes la inquietud que siembra Zombie con una caligrafía inmensa que desbarra cuando toca. Avisamos: si te gusta el pop-rock no vayas a un concierto de death metal. Tampoco es aconsejable montar una sesión de ouija en una guardería.
(texto escrito para el suplemento GPS de EL CORREO)