El arte del canapeo
Anoche me pasé por la inauguración del Festival de Cine Alemán que se celebra todos los años en Madrid en el cine Palafox (¡que todavía aguanta!). Tras tragarnos una peli más bien truño nos juntamos unos cuantos en el posterior cocktail de rigor, donde los canapés vienen y van, y la bebida sobra hasta a los borrachos. Hacía tiempo que no iba a un evento similar. Cada vez me dan más pereza este tipo de citas, donde te encuentras con todo hijo de vecino y hay que dar conversación hasta al gotelé de las paredes. Hubo un tiempo, cuando llegué a Madrid hace más de ocho años (joooooder!!!), en el que me alimentaba de Whoppers 2 x 1 y me cenaba habitualmente una bolsa entera de patatas Lay´s a la vinagreta con un botellón de Fanta naranja. Estaba todo el día encerrado en la oficina de Subterfuge intentando vender tebeos y me cerraban siempre el supermercado. Así ha quedado mi estómago. Viene esto al caso porque, evidentemente, como mi nevera daba más pena que la cifra de audiencia de Con dos tacones me aficioné a pasarme por todo evento con papeo gratis que tuviera a mano, a poder ser con algún compañero de fatigas con el que compartir la jugada. Recuerdo algunos acontecimientos míticos, como una presentación del canal Calle 13 donde había perritos calientes, helado y la de Diox es Krixto. Y siempre acabábamos tarde… entre semana. ¡Crápulas!

Entonces conocí el arte del canapeo. El canapping. Existen auténticos profesionales en la materia que meriendan y cenan todos los días en alguna presentación, inauguración o funeral si te descuidas. Se saben todos los trucos. Dónde colocarse estratégicamente para pillar todas las bandejas que salen, como camelarte a los camareros, como arramplar con media fuente sin dar el cantazo… Un auténtico arte, como el truco de coger un canapé y una servilleta (el camarero suele llevar el plato a un lado y al otro los kleenex) de tal manera que al entretener al proveedor da tiempo a coger dos mini-tesoros gastronómicos si te zampas de un bocado el primero. Y si vas con un colega, o varios, y hacen lo propio, ya tienes secuestrada la bandeja.
Es conocida universalmente una especie subhumana a tener muy en cuenta: las canaperas, generalmente mujeres sexagenarias que van en manada y arrasan con todo lo que pillan. Saben cómo colarse en los eventos, sean del tipo que sean, y usan una red de información abracadabrante porque se enteran de todo. Me imagino que ahora con el móvil, el sms y el pásalo, todo es más fácil. Si les cierras el paso, se cuelan por el ascensor de minusválidos, o te cuentan una milonga capaz de convencer a un muerto. Su único objetivo es gorronear a saco, por encima de cualquier cadáver. ¡A tope con la gente joven! En alguna ocasión he investigado el fenómeno con una prueba que confirma toda sospecha: nos inventábamos un canapé asqueroso con restos de otros mordisqueados y cronometrábamos cuánto tardaba en desaparecer del plato. El personal en estos saraos se come cualquier cosa.
Anoche volví a coger el gusto al canapping. Ya sé qué haré cuando me jubile para matar el tiempo. Observar obras no es mi estilo… y guardar la línea tampoco.


Muto luego existo. Pero muto de dolor. Anoche, cual freak en celo, me pegue un marathon de X-MEN, primera y segunda parte, con algunos extras, con la intención de ir a ver hoy a todo correr la tercera entrega de la franquicia mutante. Las dos primeras entregas me gustan bastante, y precisamente lo que me gusta de ellas es LO QUE NO HAY en este capítulo, que supuestamente cierra una trilogía. No quiero contar mucho del argumento, no quiero destrozarlo al personal, pero por otra parte no puedo aguantarme las ganas de cagarme en todo. Para empezar, pasan cosas que, de entrada, NO MOLAN NADA. Si las anteriores eran sobrias, y tenían momentos a recordar, con algunos diálogos esenciales para entender el espíritu de la serie, X-MEN. La decisión final como viene se va. Peca de todo aquello de lo que pecan las últimas cintas de acción, sean o no de género fantástico. Hay personajes que no sabes qué hacen ahí, ¿por qué salen? Metidos con calzador como en STAR WARS Episodio III. Y la batalla final, lo que se supone que debería ser el PUTO ACABOSE, es un galimatias de cuidado, por no hablar de los malos, que visten de negro en plan punkie trasnochado llenos de tatuajes y su cuartel son cuatro tiendas de campaña en un bosque. En el climax final uno no sabe qué hace ahí cada bando ni por qué luchan realmente. Facilona, sensiblera y la más americana del lote (con algún chiste lamentable). No voy a seguir porque es mejor esperar a que los comments echen chispas. ¿Por qué te fuiste Bryan Singer? ¿Todo por la pasta Stan Lee?



