Hitman, otra adaptación bluff
El cine de acción, con explosiones y tiroteos marcando estilo, no pasa por uno de sus mejores momentos. Las películas de este fecundo género, si hablamos en términos de taquilla, se parecen demasiado unas a otras. Solamente el sentido del humor y la coreografía de algunas secuencias, originales a su manera, salvan de la quema a un puñado de títulos al año. Si nos centramos en las producciones occidentales –en Oriente siguen partiendo la pana cuando se ponen-, se pueden contar con los dedos de la mano los lanzamientos que sobreviven entre el maremágnum de propuestas que abusan de los abracadabrantes efectos visuales y las caóticas persecuciones en coche. En la lista de la fortuna, el estreno que nos ocupa, “Hitman: Agent 47, no está entre los indultados. Aleksander Bach, debutante cuya carrera audiovisual se ha nutrido de encargos publicitarios, está detrás de este intento de reflotación de una franquicia basada en el videojuego multiventas que malgastó una oportunidad en 2007 con la versión en imagen real del realizador galo Xavier Gens, artífice de la cañera “Frontière[s]”. Poco le dejaron jugar en aquella ocasión al director del filme, aunque su fallido resultado, víctima del corsé de la comercialidad, se echa de menos al ver la pobreza argumental de su supuesta renovación con capital estadounidense, una actualización torpe que llega a nuestros cines mientras algunos nos preguntamos por qué goza de tamaño privilegio.
“Hitman: Agente 47 presenta al asesino implacable que triunfa en las consolas como un ser humano sin sentimientos manipulado genéticamente. Entrenado al máximo, es la máquina de matar perfecta. Rupert Friend (“Homeland”) da vida al protagonista con un hieratismo exacerbado, aunque lo pida el rol. Zachary Quinto (“Star Trek”) es su enemigo, el secuaz más letal de una organización criminal de proporciones gigantescas que quiere hacerse con el control de todo. Llueven los mamporros y se turnan sin sonrojo las tomas nerviosas que recogen el intercambio de disparos sin ton ni son. El principal lastre de este tipo de largometrajes tiene un nombre: Bourne. Quieren ser como sus películas –al menos las tres primeras- pero no consiguen ni a tiros su ritmo y narración. Paul Greengrass es mucho Grengrass y Aleksander Bach es poco Bach. No ha hecho los deberes ni lo suyo es la musicalidad a la hora de ensartar una secuencia tras otra. Si querían un nuevo comienzo se han pillado las manos. Probablemente Gens se las frota mientras prepara la esperada adaptación de “La piel fría”, un libro de obligada lectura si te va el fantástico. En ‘Jungla de cristal’ fue la interpretación de Bruce Willis y la personal historia de su papel, John McClane, lo que añadió una significativa profundidad al personaje, explican desde producción.En el caso de Agente 47, nosotros siempre le concebimos como algo más que simplemente un asesino despiadado. Queríamos abrir y humanizar la historia”. Algo se perdió por el camino.
(publicado en EL CORREO)