No sé si es necesario ser un “pagafantas” para hacer una buena película, atendiendo a la idea de que el arte suple otras carencias en el ritual de apareamiento. Hitchcock lo era. Generalmente los directores lo son, o lo han sido, menos Julio Medem o algún otro. Borja Cobeaga, alias Cobe, mi socio en Arsénico P.C., y sin embargo amigo, ha sido un auténtico “pagafantas” más de una vez en su crápula, burguesa y cinéfila existencia, y no lo oculta. El que esto escribe tampoco. Es probable que el 99% de la población masculina mundial, millones y millones de machos onanistas, hayan sido alguna vez en la vida, quizás una sola noche, quizás toda la vida, un patético “pagafantas”. Se libran los infantes, que disfrutan de la vida, inocentes ante el “pagafantismo” que se les avecina. Es probable que muchas mujeres, más de la mitad del universo, también hayan sufrido en sus carnes la humillación a la que ve sometida toda persona aquejada del “pagafantismo”, un virus imparable que convierte “Pagafantas”, la primera película de Cobe, en una de las propuestas con mayor complicidad posible del espectador en la historia del celuloide.
Millones de personas se pueden identificar con las meteduras de pata de Gorka Otxoa, humillado en su papel de “pagafantas” extremo, sometido a mil y una vejaciones en su intento de ligar con un amor imposible. Cobe, un tipo que sabe lo que hace, ha sido sádico con su personaje, buscando la risa del espectador, que puede llegar a sentir terror sentado en la butaca de la sala oscura. Primero, la sonrisa se congela. Luego, llega el estremecimiento. Cachondeo hay, y mucho, un locurón, en la ópera prima de mi socio, y sin embargo amigo, pero su debut también cuenta con impactantes escenas de horror. Auténtico horror cotidiano. He tenido la suerte de ver la cinta varias veces, con diferente público, y puedo decir que me río por anticipado, algo que no siempre me ocurre cuando reviso material que admiro. La comedia es un género maltratado, que gracias a películas como “Pagafantas” puede respirar. Siento un escalofrío.
Evidentemente, no soy objetivo, Cobe es mi socio, y sin embargo amigo. Arsénico, a través de su filial vasca Sayaka, co-produce el invento. Desde la más absoluta de las subjetividades, puedo decir que tenemos entre manos una propuesta que, sin buscarlo, puede contar con un gran público potencial: el juvenil y adultescente, al que le gusta ir al cine a echarse unas risas y evadirse mientras devora palomitas compulsivamente; y ese otro público, digamos, más cinéfilo e inquieto, que sabe disfrutar con una comedia bien hecha. Que la goza con una película bien hecha, sea del género que sea. No tiene nada que ver con el fenómeno “pagafantil” de internet, pero indudablemente el tirón internauta viene que ni pintado. Estamos ante un tema universal, una enfermedad que no entiende de edad, sexo o color. Desgraciadamente, lo que ocurre en el filme se puede respirar cada fin de semana en todas las discotecas del mundo, en los parques entre semana, en las calles, en el instituto, en los lugares de trabajo, en
En los pases de “Pagafantas” se producirá un fenómeno curioso, el “pagafantismo” elevado al cuadrado. Numerosos “pagafantas” harán el “pagafantas” invitando a su pareja soñada al cine a ver “Pagafantas”. A la salida, se mirarán, y se besarán, o se dejarán de hablar para siempre, o por lo menos una temporada. Una ruleta rusa para amantes del riesgo sentimental. Lo que es seguro es que el objeto de deseo volverá a casa como si tal cosa si el “pagafantas” sigue siendo un “pagafantas”.
“¡A Cobe con tope!”, ese fue nuestro grito de guerra cuando acudimos a Los Angeles, en plan tuna, a animar a Cobe por el posible Oscar por su corto “Eramos pocos”. No se llevó la preciada estatuilla dorada, pero nos lo pasamos en grande, que, a la hora de la verdad, es lo que realmente importa. Por aquel entonces ya se cocía en su mente, y en la de Diego San José, coguionista de “Pagafantas”, un primer esbozo de lo que viene a ser el tratado definitivo, la guía completa del “pagafantismo”, un término muy vasco, que ya utilizábamos hace siglos a la hora de mencionar a aquel que se desvive por alguien que solamente le ve como un amigo, que no quiere rollo. Cometí la desfachatez, o quizás el acierto, de llamar a Cobe “pagafantas” una noche de mambo. Allí estaba también coreando Koldo Serra, también socio, también amigo. Entre sombras andaba Nahikari Ipiña, productora ejecutiva de la película, gran culpable de que todo haya llegado a buen puerto, también socia, también amiga. Y Nacho Vigalondo, el quinto en discordia, bailando en la pista, haciendo equilibrios con una botella de cerveza en la cabeza, también socio, y sin embargo amigo. ¡Aúpa, chavales!
*** Texto publicado en CINE365, y pinchando AQUI como bonus extra una entrevista a Cobe y Otxoa de mi cosecha, diálogo a tres bandas, para el suplemento GPS de EL CORREO)