La cabeza, los pies, los ojos y hasta el corazón.
Llevo nueve días acostándome a las mil y levantándome a las cientos. Comiendo en exceso, bebiendo en exceso, hablando en exceso Dando la bienvenida y despidiéndome de amigos -grandes, pequeños, nuevos, veteranos, buenos, malos- en exceso. Todo en exceso.
No sé si he quemado Málaga, pero Málaga me ha quemado a mi. Apenas he podido ver películas por labores varias, pero hablaré de algunas los próximos días. Es lo único que no he hecho en exceso, ver pelis, en un festival de cine, haw, haw, haw!!! (patético)
Escribo esto recién llegado al hotel, al que (casi) llamo casa, al que me he arrastrado tras huir de una fiesta donde me sentía como un pulpo en un garaje. En vez de dormir más horas de lo normal, me pongo a escribir mientras pienso en el grasiento Egg McMuffin que voy a comerme por la mañana para desayunar. Un placer inmediato que nadie osará quitarme recién levantado, con el bajón mental tras la hiperactividad, gástrica, etílica, hormonal ¿profesional?
Sé que es dañino para mi salud zampar McMuffins compulsivamente, pero me encantan, y no se encuentran en cualquier McDonald´s. Mi hotel malagueño está justo enfrente de uno que los sirve y encima de un bingo que no para de vender cartones las 24 horas del día.
Los McMuffins son puro colesterol, tan perjudiciales como empacharse de vida social y cuentos de la lechera en los festivales de cine.
A partir del lunes se acabaron los McMuffins. Se acabaron las bienvenidas y despedidas en exceso. Se acabaron los cartones de bingo. ¿Se acabó el cine español? Y se acabó ver a esa mujer de otro mundo que me va a costar olvidar bastante más que los jodidos McMuffins.
La mujer más bella que han visto cerca mis ojos sic!
¡Mañana me comeré tres McMuffins!