A todo Bigas
Choca de entrada que un cineasta veterano como Bigas Luna, que peina canas desde hace lustros, se interese por una historia juvenil desesperadamente moderna. Sin embargo, el sagaz realizador demuestra que no hay que ser joven para retratar un sector de la sociedad en constante movimiento. Es más, consigue reflejar la existencia de un amplio sector de nuestra actual chavalería, amantes del cahondeo sin desenfreno del fin de semana, del colegueo en el fast food y los grandes centros comerciales, mejor que otros realizadores supuestamente cool que caen en conceptos indies ya trasnochados. Se permite el lujo de obviar recursos sobados, como el abuso de las drogas, insinúa más que muestra, antes de llevar a pasear a la protagonista, la Juani, por el boulevard de los sueños rotos, una Gran Vía madrileña llena de luz y color que se torna grisácea y remite a ese ideal de sueño americano que tanto criticamos, mientras se implanta en los cimientos de la piel de toro, a pasos agigantados, sin oposición real alguna.
La Juani es carne de extrarradio, su curro de cajera no le llena y quiere ser actriz. Su mejor amiga, la Vane, quiere ponerse tetas y liarse con un famoso. Escalofriante. Real. El artífice de Jamón, jamón afronta el tema sin moralismos de hoja parroquial, con gracia, elaborando una comedia dramática honesta, cuyos inevitables altibajos –el hilo argumental es casi inexistente, cuestión que no preocupa en absoluto al cineasta- no empañan una película que refleja, echando mano de decisiones formales arrebatadoramente actuales y una estudiada selección de temas musicales, una juventud sin ideales no materiales que se preocupa mayormente por lucir el tatuaje más grande, el piercing más loco, el tanga casi inexistente por encima de la cintura y el calzoncillo de marca pirata. Bigas utiliza el tuning como hábil metáfora. Esos coches de quinta mano, adornados con motivos horteras de alto coste, que hacen flipar a los seguidores de una moda enaltecida por las películas americanas y la MTV. ¿Un repollo con un lazo?
No es de extrañar que a Bigas le haya interesado esta iconografía que invade las discotecas y sus aledaños. En sus manos, acorde a su filmografía, resulta de lo más kitsch. Yo soy la Juani no se queda sólo en lo superficial. También hace eco del amor en los tiempos del sms. De esos celos e indecisiones sentimentales multiplicados por mil vía móvil. De esas pasiones callejeras desgarradoras que se cimentan sobre el engaño y la mentira. Verónica Echegui se maneja como pez en el agua en su papel de la Juani, una chica de hoy en día, dispuesta a romper con todo, que no quiere resignarse a vivir con el macho de turno (un sorprendente Dani Martín), pero su única opción es huir a la gran ciudad en busca de fortuna, una fortuna que ve escrita en letras de neón, en un letrero luminoso que, inevitablemente, se apaga. Si esta cinta proviniera de una cinematografía exótica, o llevara la etiqueta made in USA, visitaría los festivales más atrevidos de nuestra geografía.
(sale hoy en EL CORREO, ya tocaba una positiva)