Junto a Gema Segura, compañera de fatigas audiovisuales, he perpetrado esta pieza documental delirante que refleja lo acontecido en un divertidísimo taller educativo para chavales donde construían una ciudad con elementos de reciclaje para luego disfrazarse de Godzilla y destruirla. Un trabajo de lo más didáctico y constructivo, ¿eh? ¡Qué bien lo pasamos!
Fondue de viñetas
A toro pasado, cuando mis múltiples quehaceres –que duren- me lo han permitido, escribo sobre mis apreciaciones acerca del último Salón Internacional del Cómic de Barcelona, una cita otrora indispensable que este año ha despertado más filias que fobias. El amigo Santiago García, tan elocuente como siempre, expuso muy bien AQUÍ lo que muchos pensamos desde hace tiempo. Por mi parte voy a intentar aportar algo más a lo ya trillado en la blogosfera en las últimas semanas, sin pecar de cansino (o sí). Mis disculpas por el retraso.
Vaya por delante que puedo presumir, ¡qué coño!, de conocer este tipo eventos desde ambos lados de la barrera, como organizador –a menor escala- y consumidor, como autor y juntaletras. Es imposible, por tanto, que no aparezca en escena mi deformación profesional cuando asisto a este tipo de actos. Saraos que todavía venero, porque es necesario, más que nunca, visto lo herida que está la cultura, pero no hay que dejar pasar, por mucho que sintamos pasión por algo, que todo ha de evolucionar, acorde a los tiempos que corren, sin perder su espíritu. En el caso que no ocupa me atrevo a decir que están cargando las tintas en aquello que, precisamente, está alejando al aficionado a las viñetas de su referente anual en la piel de toro. Palos de ciego. Riesgo real ninguno. Movimientos que no dan pie a encontrar un público nuevo y no se fideliza el existente. No hay signos de reinvención respondiendo a la demanda social, más bien cierran filas en su deseo de “quedarme como estoy”, que nadie toque mi economía. Ven a consumir, entra y sal por la puerta, y me quedo tan contento.
Los que llevamos años asistiendo al Saló sabemos que las cifras que dan, el mismo domingo a través de una nota de prensa, cuando sospechosamente todavía quedan horas para que se cierren las puertas, están escandalosamente infladas, son ridículas. No tienen sentido, viendo in situ cómo bajan las ventas en muchos stands años tras año –no entremos en los rumores sobre la existencia de privilegios a la hora de encontrar situación en el mapa para vender mejor o peor el producto- y hay unas calvas sonadas en los pasillos, sobre todo en los primeros días del festival. Nada que ver con las fotos de la Comic-Con de San Diego, a la que se quiere el Saló parecer, con todo el derecho del mundo, pues Ficómic es una empresa privada, como bien se ha dicho, y los números los saben manejar, pudiendo hacer lo que les dé la real gana. No voy a hurgar más en la herida de las cifras, cantan por si solas, otra cosa es que nos quieran vender lo que no es. Por ahí no tenemos por qué tragar sin más, como si no pasara nada, porque el ejercicio de la crítica constructiva hay que defenderlo más que nunca en los tiempos en los que la autocrítica brilla por su ausencia.
Está claro que Barcelona es una ciudad muy grande, no es Angoulême, luego es difícil montar algo similar en la ciudad condal, como algunos han pedido. Tiene más sentido en otras localidades más manejables (era el proyecto inicial en Getxo, por ejemplo, olvidado por recortes asesinos, con lo cual actualmente tampoco es un modelo a seguir, me flagelo). Al Saló podemos pedirle, pero no exigirle. Expuesto queda el deseo de que mantenga, por lo menos, su condición de cita anual para el sector. Ese referente que parece que hemos perdido porque nos sentimos intrusos en lo que debería ser nuestra casa. En general, antaño había una sensación de fiesta, de celebración, que ahora no se aprecia en absoluto. Los propios stands son tenderetes o supermercados puros y duros, algunos cerrados, hay que entrar para comprar, cuando antes se curraban decoraciones divertidas que daban mucha vida al entorno e invitaban al público a unirse al acontecimiento. Quizás los excesivos precios de los alquileres de casetas han matado lo que se debería fomentar. Para sacarme fotos delante del poster de algún blockbuster no me molesto en salir de casa.
Las exposiciones, por empezar por algo atendiendo verdaderamente al contenido del festejo, no son lo que eran. Predomina la cantidad antes que la calidad, en un caos absurdo. Cuando digo calidad no me refiero al material expuesto, pienso en cómo están montadas, sin gracia ni cariño. Echo de menos esas muestras trabajadas, con su puesta en escena, su dirección de arte, su mimo y capacidad de atracción. Esos originales colocados con gusto en un espacio trabajado que te aislaba del resto del recinto. Ahora tienes que ver las planchas con una cacofonía insufrible de acompañamiento y todo tipo de estímulos a evitar cuando uno quiere concentrarse y dejarse llevar por aquello que le fascina.
¿Qué hay de la zona de fanzines? Esos apestados colocados en donde no molestan, ¿por si dan mala imagen? Stands situados en forma de U, cerraditos, a espaldas del resto del evento, cerca de la salida. Con la vida que dan. Con lo que se cuece ahí. En otros tiempos estaban pizpiretos en el centro, en el meollo, se notaba la energía, abiertos al público y no marginados, como este año la exposición de David Sánchez, al final del todo, otro ejemplo. Si fuese un festival de música al aire libre ahí es donde íbamos a miccionar todos, ¿no? Y hablando de eventos con conciertos, que se relacione directamente –desde la rueda de prensa de presentación, tirón de orejas para el departamento de comunicación- al Saló con Rock in Río, un invento sacaperras en franca decadencia, como bien apunta su cartel de este año (han tenido que reducir días a última hora), que poco o nada tiene que ver con la historieta, dice bastante del perdido criterio de los responsables del cacao que nos ocupa, un equipo que sabe hacer muy bien ciertas cosas –por mi parte soy el primero que aplaudo la logística y demás-, pero para otras parece que no tienen los pies puestos en la realidad. Lo de los conciertos programados sin más, tampoco hay quién lo entienda. Lo suyo es gestionarlo de otra manera, como la entrega de premios, acto que prefiero obviar por rancio y carente de emoción, adjetivos extensibles a toda la gama de actividades que nos brinda el Saló, donde la sociabilidad no es lo suyo.
Estoy harto de oír que la gente del cómic somos protestones, criticones y poco agradecidos. Me muevo en otros mundillos, por suerte o por desgracia, y es el menos infame en este sentido. Poco bramamos, por eso sorprenden más nuestras quejas. Si hablamos de cine, por ejemplo, todo el mundo es consciente de que tal o cual festival está organizado de aquella manera. No es fácil poder controlar mastodontes así, al margen de la inoperatividad humana reinante, pero como el personal se lo pasa bien y va a lo que va, cumpliendo objetivos, las sonrisas sobresalen por encima del mal rollo. Es difícil que en algo así salga todo bien. En realidad, imposible. La perfección es una ilusión, pero si el sentimiento general fuese que el cómic se promociona sin traicionar su esencia y abundase la diversión para todos los públicos otro gallo cantaría.
Está claro es que este modelo de Salón está caduco para ciertos intereses. Pagar por entrar a un sitio a comprar no es de recibo. Máxime cuando ahora podemos encontrar aquello que buscamos por internet si vivimos en el quinto pino. Lo de la fondue de chocolate y las tiendas de chucherías es lo de menos. Si el resto nos convenciera nos parecería estupendo, un toque de color. El problema es que no estamos a gusto en un acto que, supuestamente nos representa. Queremos salir del gueto en el que ha estado el cómic durante muchos años, pero vamos a nuestra cita anual favorita y salimos de la feria con la sensación de que seguimos hundidos en una ciénaga donde parece que no nos queda otra que convivir con el frikismo galopante. Algo que, repito, nos la refanfinflaría, nos gustaría, nos regodearíamos, si existiese un equilibrio. Hay una escena del cómic que está empresarialmente ligada a la industria del videojuego y el cine, hay una legítima sinergia entre sus contenidos y sus públicos, pero se pueden hacer las cosas de otra manera. Simplemente con elegancia. Eclectiscismo sí, cajón de sastre no. No tiene sentido intentar competir con Port Aventura.
Los otakus, por cierto, son como langostas. Llegan, lucen sus hábitos, la gozan tocándose entre ellos, pero no se integran. No compran apenas. Antes les defendía en este tipo de eventos, pero ya me he cansado. Sí. Y sigo leyendo manga más que muchos de ellos. Comprado, no descargado. Pero el 80%, o más, no saben que existimos, que hay otros mundos que están ahí. No es despecho, es pedir un mínimo de inquietud hacia lo que tienes alrededor. No evolucionan. Suelto este exabrupto porque las piezas que reflejan en los telediarios lo que somos están casi exclusivamente protagonizadas por tipos disfrazados sin discurso y una parafernalia desfasada que hace poco favor al negocio (sí, al negocio). Cuando sale en los telediarios alguna noticia de la Feria del Libro de turno, es otra cosa, por poner un ejemplo en la línea. Colas de gente firmando, charlas, entrevistas a verdaderos protagonistas. Hay respeto. Aquí la piedra hay que lanzársela a los medios, ¿eh?, al resto una pedorreta.
Puedo seguir largando como un poseso, pero mejor dejo algo para los posibles comentarios (si hay debate a estas alturas). Concluyendo, ya sabemos que necesitamos otro acto centrado en las viñetas que nos represente, donde la parte cultural sea lo importante, pero no tiene que ser una mutación del Saló. Deberían convivir varias citas, cada una con su personalidad, sinceras, que no engañen a su público potencial, y tan campantes. El que quiera y pueda ir a todas, mejor para él. La respuesta va a llegar en los próximos meses, estoy seguro, viendo el clamor popular. Al fin y al cabo queremos una excusa para juntarnos y sentirnos cómodos. Nada más. No es mucho pedir. Personalmente, odio que el éxito de una evento se mida en número de visitantes que han pasado por taquilla, número de exposiciones acumuladas, número de invitados, número de… En oferta en número siempre ganará El Corte Inglés.
Hablemos de cómic
Este jueves 17 de mayo inicio una serie de colaboraciones mensuales con La Alhóndiga Bilbao, un espacio muy especial, centradas en la lectura de novela gráfica. En nuestra primera cita me juntaré con Javier de Isusi y David Rubín para hablar de la aventura en el cómic, de la obra de los propios autores invitados y lo que surja, procurando en cada convocatoria generar un debate en torno al propio medio y aquellos temas que retraten los trabajos seleccionados.
Mi misión será fomentar el diálogo participativo. No serán mesas redondas especializadas, estarán abiertas al gran público, a todo lector inquieto. Como un cineforum, pero con cómics. El próximo 7 de junio me juntaré con Mireia Pérez para hablar de su premiada novela gráfica La muchacha salvaje, de la sensibilidad femenina en el arte y muchas cosas más. Todas las actividades serán con entrada gratuita, a las 19 h, en el espacio Medialab 2.
Revival tremendo
Desde hoy 9 de mayo la exposición Subterfuge Cómix. Autores de cómic alternativo para el cambio de siglo se instala en Café Molar de Madrid durante todo el mes. La muestra incluye imágenes de Paco Alcazar, Chema García, Koldo Serra, Miguel B. Núñez, Fermín Solís, Miguel Angel Martín, Enrique, Ladrón, Javirroyo, Sergio Córdoba y el que esto escribe. Un revival total, sobre la Línea Tremenda y más Aquí va, de paso, una entrevista catódica al incombustible Ladrón, el loco del tridente, único (o último) en su especie LET´S ROCK!!!
Pistoletazo de salida
Aprovechando la inminente celebración del Salón Internacional del Cómic de Barcelona lanzamos el teaser póster de GARABATOS, ese proyecto largamente acariciado por el que esto escribe que ya está cocinándose con fundamento. La prueba es este cartel realizado por Manuel Bartual, gracias al cual algún avispado podrá imaghinar de qué puede ir la cosa. Un documental sobre cómic, sobre el oficio de dibujante, su filosofía de vida y muchas cosas más. ¡En ello estamos!