La legión de las mujeres sin alma
La razón de ser de los remakes cinematográficos cada vez tiene menos sentido. Las nuevas adaptaciones de antiguas películas, con o sin éxito, de máximo culto u olvidadas, vive un incomprensible auge en nuestra cartelera. La mayoría resultan sinsorgas e innecesarias, y la culpa sólo podemos echársela a una total falta de ideas. Como ocurre con las buenas versiones de temas musicales, los filmes rehechos deberían actualizar la propuesta de partida, mejorándola, aportando una visión renovadora, incluso otros puntos de vista. Sin embargo, visto lo visto, generalmente se limitan a reproducir, casi caligráficamente, la cinta predecesora, introduciendo cambios que desvirtúan su alma. Este es el caso de The Wicker Man, un filme cuya premisa resulta manida en nuestros días y no aporta nada reseñable, si no todo lo contrario, a la película homónima dirigida por Robin Hardy en 1973, con guión de Anthony Shaffer y un inconmensurable Christopher Lee encabezando el reparto.
La idea principal sobre la que se construye la trama de The Wicker Man pierde fuerza treinta años después, máxime cuando su nuevo director, Neil LaBute, no se rebana los sesos a la hora de insuflar vida a su propuesta. Los remakes que superan la obra original pueden contarse con los dedos de una mano. De entrada, atreverse a replantear una obra ya creada se revela como una osadía, especialmente si el material primigenio no puede dar más de sí, a no ser que se replantee racionalmente y con espíritu. El oscarizado Nicolas Cage protagoniza un relato sombrío que comienza cuando, en la piel de un policía de carretera, el protagonista de Living Las vegas sufre un fuerte shock al contemplar un fatal accidente, un hecho que le sumerge en un tremendo trauma que pretende aparcar cuando recibe una carta de un viejo amor (Kate Beahan) que le pide auxilio. El patrullero vuela hasta Summersisle, una isla remota frente a la costa del estado de Washington. Allí descubrirá una sociedad extraña, donde gobiernan las mujeres y todos los habitantes parecen guardar un oscuro secreto. Ellen Burstyn, Kate Beahan, Leelee Sobieski, Molly Parker y Frances Conroy completan un equipo artístico femenino tan sobradamente preparado como escasamente aprovechado.
LaBute escribe y dirige The Wicker Man, versión 2006. Acusado de misógino por gran parte de la crítica, y no pocos espectadores, el responsable de En compañía de hombres y Amigos y vecinos parece sentirse contento con la etiqueta, ya que las novedades que introduce en este remake trufado de obviedades arremeten contra el género femenino, retratado como manipulador y ladino. El cineasta americano parece aprobar con sus imágenes el discutible dicho “los hombres son buenos y tontos, mientras las mujeres son malas e inteligentes”. Al margen de enarbolar tan campante semejante mensaje, si nos ceñimos al lenguaje cinematográfico su trabajo es tan artesanal como anodino. El suspense in crescendo deviene enfermo, aquejado de una arritmia galopante, y las escenas de tensión, e incluso terror, carecen de impacto. Atendiendo al clímax final: de lo más tristón, a pesar de contar con un icono potente en la historia del cine fantástico, ese hombre de mimbre gigantesco consumido por las llamas que, en manos de LaBute, se queda en anécdota.
Si no se ha visto la película predecesora, The Wicker Man puede llegar a entretener, sin conseguir ni por asomo la inquietud que se respira al ver la cinta de Hardy, que se ha mostrado muy molesto ante esta revisitación comercialoide de su criatura, cuyo argumento puede resumirse en una línea: Nicolas Cage corretea por el bosque, sudando y perdiendo pelo, metiéndose donde no le llaman.
(también de EL CORREO)