El sábado por la noche me fui a ver en vivo y en directo, creo que por cuarta vez, al insigne Miguel Noguera, ese individuo de aspecto afable, con un cabroncete en su interior, que ha dado la vuelta al concepto de monologuista sin serlo, con sus dibujos desvencijados, sus caretos histriónicos, sus salidas de tono, sus subidas de voz Un genio desatado que prácticamente no dejó ni una localidad sin trasero en el Teatro Alexandra de Barcelona, confirmando que lo suyo, su trueno, está de moda. Saca la cabeza del mundo underground y saluda al respetable. Un hecho que probablemente molestará a muchos de sus seguidores acérrimos que mutarán en detractores cuando vean a su artista favorito vendido al gran público. Las cosas del éxito.  Una estupidez supina, porque el señor Noguera va a seguir haciendo lo mismo, fiel a su propio estilo, diciendo las mismas salvajadas en un espectáculo delirante y absurdo que le hace llorar de la risa al que esto escribe. Repito, llorar…

Si algo ha conseguido Noguera es trasladar al escenario ese humor macabro, negro, que tanto nos gusta a muchos adoradores del non sense. Ha logrado convertir en un show el cinismo, la ironía y el descerebre que se apodera de muchas charlas con unas copas de más (o simplemente deshinibidas). La sobremesa de comilonas donde corre el alcohol, o simples reuniones entre amigos con ganas de liarla a base de verborrea encendida, de ingenio, improvisación y falta de decoro. Él lo ha hecho antes que nadie, por eso hay que ponerle la corona. Lo interesante es que el  espectador puede disfrutar del original montaje de Noguera añadiendo chistes sin parar mentalmente, como ocurre en esas reuniones canallescas donde se van sumando más y más gags, a ver quién dice la mayor burrada, exprimiendo una anécdota chorra hasta la saciedad, buscando tres pies al gato…

Aplaudo hasta sangrar sus ultrashows, mucho, aunque creo que sus libros no funcionan igual, sin dejar de ser sugestivos. Sus dibujos me recuerdan al maestro Topor y su puesta en escena a una suerte de Chiquito del Siglo XXI puesto de anfetas. Un genio desatado, ya lo he dicho. Políticamente incorrecto. Iconoclasta. ¡Hay que verle en directo! ¡Gracias por hacerme llorar sangre de la risa, caballero!