Regale Cronenberg por Navidagh
Entre tanta santa caspa, últimamente se me estaba olvidando hablar de cine y cosas serias (es un decir). De hecho, ya lleva un tiempo en las tiendas este libro indispensable donde, como ya adelante en su momento, participo: DAVID CRONENBERG. LOS MISTERIOS DEL ORGANISMO. Un buen regalo navideño para todo aquel que flipe tanto como yo, o más, con la obra de este cineasta de referencia. Por mi parte me encargo de la última etapa de su trayectoria, de INSEPARABLES a UNA HISTORIA DE VIOLENCIA, dos obras magnas, y de propina un artículo sobre las conexiones cronenbergianas con el cómic (Charles Burns, Dave Cooper, M.A. Martín). Alguno igual hasta ya lo tenéis También escriben Quim Casas (editor), Rubén Lardín, Roberto Cueto
Para abrir boca, reproduzco parte de la introducción de mi texto
DAVID CRONENBERG
EL HORROR DE DENTRO DE
Al comparar la vida de David Cronenberg, aparentemente sosegada, con su visceral filmografía, plagada de demonios internos desatados e imágenes explícitas que azotan el intelecto a base de purulencia, se desvela una sensación contradictoria. Tras el semblante hierático que el cineasta canadiense luce en las entrevistas se esconde un individuo con un extraordinario sentido del humor, una mente bien amueblada que, a priori, no se ve en la necesidad de realizar ejercicios de catarsis cinematográfica para aliviar viejos traumas de infancia. Un tipo tan serio y circunspecto, capaz de retratar con su cámara la inquietud que corroe el alma humana, casa perfectamente con el ideal de artista que expulsa sus monstruos. Maquina en silencio como diseccionar nuestra existencia. Ordena nuestro caos interior y lo plasma sobre celuloide con inventivas escenas que funden la perversión y la angustia. Arroja las vísceras del terror cotidiano a los ojos del espectador, manteniendo su apariencia de hombre tranquilo y bien educado. Es un cirujano de lo imposible, de los miedos y anhelos que se agarran como parásitos a nuestro cerebro. Su cine retorcido choca con su mirada serena, enfatizándose su mensaje. Historias turbias rodadas con sobriedad. Claustrofobia.
Cronenberg mira a través de la cámara para moldear la realidad. La ensucia a su gusto a medida que el caos se va apoderando de la historia que quiere contar. Las obsesiones de este realizador excéntrico, uno de los pocos que mantiene su identidad aunque coquetee con el lado más comercial de la industria en trabajos de última hornada como Una historia de violencia (A History of Violence, 2005), han dado pie a un rosario de momentos de horror inmortales en la historia del cine en general y el fantaterrorífico en particular, pero sus inicios nunca fueron del agrado de la crítica menos desprejuiciada. Calificado como el rey del horror venéreo, el Barón de la Sangre o Dave “Deprave” Cronenberg, entre otras lindezas, incluyendo la etiqueta de gore de autor, sus películas (Vinieron de dentro de…, Rabia, Scanners…) eran todo lo contrario a los clásicos del género, una perversión del mismo -nada de terrores góticos ni monstruos al uso-, a la postre otro valor añadido. Quizás la presencia de casquería en sus filmes, la viscosa forma, con fotogramas de carácter aberrante, nublaba el fondo, pero la hemoglobina y la pirotecnia cárnica es un medio de expresión como otro cualquiera, no el fin último, en manos de este esteta del mal rollo.
A pesar de tejer obras inconfundibles, de mirada intensa y atmósfera desasosegante, el splatter prevalecía sobre cualquier atisbo de intencionalidad intelectual en las retinas más rancias, de por sí reacias ante las posibilidades metafóricas del celuloide adscrito a la fantasía, que no se percataban, o no querían percatarse, de la importancia del cine intranquilizador, horrorosamente cotidiano, generado por Cronenberg. Bautizado por méritos propios como una rara avis en el actual panorama cinematográfico, su firma es una marca de fábrica dentro del fantástico, a ratos depravada, siempre renovadora, que ha ido mejorando técnicamente con el paso del tiempo, un importante avance hacia su aceptación como cineasta serio, abriéndose a audiencias diferentes. A partir de la indispensable Inseparables (Dead Ringers, 1988) su trabajo comenzó a ser mejor considerado, hasta su actual status de auténtico gourmet del género, especialista en mostrar el lado oscuro del ser humano.
Cronenberg llegó a la sofisticación del género fantástico de la mano de Inseparables, cinta que acometió por fin, tras haber anunciado el proyecto como algo inmediato en repetidas ocasiones. Aplazado por razones fundamentalmente comerciales, el filme se reveló como su obra más madura, y probablemente la más redonda hasta nuestros días. La película, una metáfora oscura sobre la fragilidad humana, cumple con los requisitos presentes a lo largo de la trayectoria de su responsable. Las características fundamentales de su peculiar manera de entender el cine están expuestas en las imágenes protagonizadas por Jeremy Irons por partida doble gracias al milagro de los efectos especiales. El aire malsano, la atracción por las atmósferas sofocantes, los decorados fríos de hospitales y laboratorios, caóticos a medida que avanza la acción. La complacencia en mostrar mutaciones, heridas purulentas, malformaciones o procesos de descomposición. El interés por la transformación del cuerpo. La enfermedad como elemento dramático, con una meticulosa descripción de los síntomas. El tratamiento clínico de los problemas sexuales, convirtiéndolos en la columna vertebral de situaciones de terror. La progresiva disolución de la realidad de personajes que sufren un viaje interior de impredecibles consecuencias. El cuerpo es una máscara que oculta los auténticos enigmas, lo que hay más allá, en la mente, no en la simple carne: los deseos, los sueños irrealizados, los temores… La amenaza somos nosotros.