Los hermanos Spierig están locos por el cine de terror. Escriben y dirigen, como los Coen, pero también le dan a los efectos especiales, como los Chiodo (“Killer Klowns from Outer Space”). Se parecen más a estos últimos, aunque les gustaría asemejarse a los responsables de “No es país para viejos”, por lo menos en los medios. Antes de firmar “Daybreakers”, un thriller futurista escorado al horror, se dieron a conocer con “Undead”, distribuida por estos pagos como “Los No Muertos”, una simpática cult movie protagonizada por zombies que se paseó por numerosos festivales especializados. Con FX artesanales, ironía y casquería a manta, la cinta les abrió las puertas para levantar un segundo proyecto más ambicioso, con un presupuesto más holgado y chupasangres de por medio, apuntándose a la creciente moda del tema vampírico.

Afortunadamente, aquellos que se quejan, con razón, del tono melifluo de “Crepúsculo”, pueden aliviar sus penas de espectador amante del terror insatisfecho de la mano de esta propuesta que le pone más hemoglobina y tripas al asunto. El porno soft –sí, han leído bien- de la saga multimillonaria protagonizada por chicos de postal que se enamoran a cámara lenta, su tono de melodrama religioso de sobremesa, se aparta a un lado para dejar paso a los chorretones de rojo líquido elemento. Donde había colmillos de anuncio de dentífrico aquí hay despedazamiento de miembros varios. Los Spierig no se andan con chiquitas. Además, su oferta funciona mejor cuando se deja llevar por el espíritu de la serie B y el desparpajo, y flaquea, por contra, a la hora de creerse mainstream. Cuando se ponen demasiado serios, los hermanos de sangre metidos a cineastas pierden gas letal. La falta de prejuicios detrás de la cámara, y delante de la pantalla, no fluye de modo natural, no se aprovechan al máximo los puntos de ebullición debido a una lucha interna, a un choque latente entre lo que les tira y lo que les gustaría ser, o les piden a punta de cheque, un lastre que abre las puertas a la irregularidad. La tirantez provoca que la cosa se quede a medias, el filme no cuela del todo como blockbuster ni se revela como una película de culto inmediato entre los fans del pánico en la platea.

El argumento de “Daybreakers” -año 2019, los chupasangres se han adueñado del mundo, cazan a los hombres y los mantienen entubados en granjas, pero la comida se acaba- sirve de metáfora sobre la sociedad de nuestro tiempo. Sin sutilezas. El celuloide fantástico es muy dado a describir utopías y alertar sobre los peligros del hombre. Hay agradecido gore en los momentos oportunos (atención al tramo final), guiños a clásicos del género (Carpenter a tope), humor soterrado y destellos de descaro –esos vampiros frenéticos exigiendo su taza de sangre fresca en la cola de la cafetería del metro-, pero también hay un intento de emular estéticamente a la serie “Underworld”, mal deudora de “Matrix”, un deseo de explicar todo aunque no haga falta, cayendo en la redundancia, y un casting que despista por momentos. Willem Dafoe encarna a un antihéroe algo pasado de rosca, amante de la velocidad y las armas de fuego, que recuerda inevitablemente al James Woods de “Vampiros de John Carpenter”. Sam Neill es el esperpéntico villano de la función, siempre da gusto verle en una producción abonada al fantastique. Ethan Hawke, el rostro comercial del festejo, se muestra algo perdido ante tanta charcutería.

(Crítica publicada en Cine365)