Transformers: out of order
Semana rara, de malas noticias. El lunes echaron a Aylin de Factor X, se ha muerto el Fary… y Transformers es una santa caspa. Acabo de llegar a casa tras asistir a la premiere nocturna por cortesía de Lluvia Rojo (thanx, rubia) y he de decir, de entrada, que Michael Bay nos haría un favor a todos dedicándose a otra cosa. Se ha sentado delante de nosotros, en la butaca de enfrente, y ha sido lo suficientemente listo como para escaparse a los diez minutos del comienzo de la película, de lo contrario le hubieran caído collejas a porrillo.
Transformers peca de lo que peca el cine comercial con mucha pasta últimamente: de un infantilismo sonrojante. No me canso de decirlo por aquí, es el cáncer del cine de evasión, aunque la cinta del papanatas de Bay queda algo por encima de Spider-Man 3 y Piratas del Caribe ídem, lo cual no es decir demasiado. Confieso que iba con ganas. Me he sentado al lado de Phibes y hemos empezado nerviosos, como niños, pero a medida que los actores soltaban chistes tontorrones se nos ha cortado el rollo. Se coge lo peor del cine de los ochenta, se añaden unas gotas de lo más bochornoso de Independence Day y ya tenemos Transformers, un cruce oligomongo entre Herbie, Cortocircuito y Pequeños Guerreros.
Da pena que las escenas de acción, con espectaculares efectos especiales (eso sí), no se entiendan bien. Están rodadas con el culo. No se ve nada. No se sabe dónde está cada cual. Uno flipa con los diseños de los robots gigantes, pero cuando se dan de mamporros no hay quien distinga el culo del bicho de hojalata de su jodida cabeza. Muy mal, Bay. Con el material jugoso que te traías entre manos. A Phibes y a mi nos venían a la cabeza secuencias míticas como la persecución de Terminator, o las peleas con los bichos en Starship Troopers. Nada que ver, por supuesto.
Los Transformers se comportan como los Teletubbies, hasta bailan breakdance y se hacen los enrollados. Me quedo con los Power Rangers. El guión, si uno se lo toma en serio, se cae por todos lados, defecto que uno puede obviar cuando la diversión le distrae, pero no es el caso. Lo más decente, la batalla final, a pesar de que, si la hubiese rodado el primo de Michael con las manos atadas a la espalda y un parche en el ojo, sería probablemente mucho más impactante. Hay que verla en el cine y tal, pero la única manera de fliparlo de verdad es ponerse el chip de niño feliz con diez años. Aunque igual ni eso.