Con apenas 24 años, Kevin Smith revolucionó el panorama del cine independiente made in USA con su fresca opera prima, Clerks, un título de culto que le dio una desmesurada fama que se le ha ido escapando de las manos a pasos agigantados. La irregular trayectoria de este amante del cómic y los superhéroes metido a cineasta ha ido de mal en peor, con trabajos escandalosamente fallidos como la caótica Dogma o la edulcorada Jersey Girl. Las primeras comedias con el sello Smith que continuaron la estela de su exitoso debut, Mallrats y Persiguiendo a Amy, se caracterizaban por el uso desenfadado y lúcido de unos diálogos chispeantes, con referencias freaks a Star Wars y otras lindezas, y la presentación de un hatajo de personajes excéntricos y despendolados, entre ellos Jay y Silent Bob, este último encarnado por el propio realizador. Esta pareja fumeta, convertida en marca de la casa, llegaron a protagonizar varios tebeos y una película propia, explotando la fórmula hasta la saciedad.
Smith sigue viviendo de las rentas de Clerks, pasando a formar parte de esa nutrida selección de directores que rompen la pana con su primera obra, por la que siempre son recordados, y van cayendo progresivamente en la repetición y el olvido. Por ello, ni corto ni perezoso, viendo su carrera malherida, el bueno de Kevin decidió un buen día recuperar la idea que le dio alas y, acorde a la actual moda de las secuelas, muy extendida en Hollywood, retomar los personajes de Clerks en una segunda parte de presupuesto más generoso. Clerks II eleva la trayectoria del cineasta de New Jersey, cuestión que no era muy complicada vistas sus últimas correrías en celuloide, pero confirma el dicho de que segundas partes nunca fueron buenas, una lapidaria frase muy discutible gracias a obras maestras como El Imperio contraataca.
Clerks II recupera el desparpajo de antaño en los diálogos, pero lo que antes resultaba novedoso ya no lo es tanto. Defendiendo el concepto de amistad y un romanticismo de manual, Smith inserta chistes escatológicos y guiños cinéfagos en una historia cuya ñoñería excesiva empaña el conjunto, a la postre una comedia amable a pesar de la proliferación del cacaculopedopis. Los personajes principales, Dante y Randal, abandonan el colmado donde trabajan en la primera parte, destruido en un incendio, para liarla parda en una hamburguesería, un cambio importante que tiene lugar desde la primera secuencia y puede provocar un fuerte rechazo inicial en los seguidores acérrimos de la cinta predecesora. La parte dramática empacha sobremanera, destacando algunos momentos memorables a base de chotearse ingeniosamente de El Señor de los anillos y echar mano de una serie de gags que, a pesar de estar más vistos que el tebeo, funcionan estupendamente de cara a la platea. Repiten los actores de la primera entrega (Brian O´Halloran y Jeff Anderson), algo más fondones, a los que se une una Rosario Dawson exuberante, lo mejor del pastel dulce y grumoso, que cuenta con un clímax tan empalagoso como descerebrado.
No hay que quitarle meritos a Smith. Consciente de sus limitaciones, ha conseguido un curioso equilibrio entre la comedia romántica al uso y el humor cochino juvenil. De paso, la curva descendente de su carrera ha subido algunos enteros al volver a sus orígenes. El pase del filme en Cannes recibió una ovación de ocho minutos de aplausos, probablemente de un público entregado de antemano que agradeció un título entretenido y sin pretensiones en el marco de un festival serio donde abundan los ladrillos exóticos y los temas sociales. Ya lo ha dicho en alguna ocasión Antonio Gasset desde la tribuna de su programa televisivo Días de cine: “Lo peor de los festivales de cine son las películas”. No se entiende de otra manera la descontrolada buena acogida de una película correcta sin más, de gamberrismo tan descafeinado como efectivo, incapaz de sorprender tras el bombazo de Clerks, aunque sea un paso hacia la redención de su máximo responsable.
(Texto rescatado de EL CORREO, sin recortes)