Empieza el Zinemaldi
No es fácil, nada fácil, confeccionar la Sección Oficial de un festival de cine, máxime cuando goza del peso del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. El comité de selección tiene que visionar cientos de películas en un espacio de tiempo menguante, lo que significa que hay días en los que sus miembros tienen que verse cintas desde primera hora de la mañana a bien entrada la madrugada, perdiendo muchas veces la noción de lo que están viendo ante sus ojos, con las retinas quemadas tras horas y horas de exposición a la luz de los fotogramas. Por ejemplo, si después de cinco títulos llega una propuesta de ritmo muy pausado, hay que tener mucha entereza para aguantar frente a la pantalla con el criterio impoluto. A este detalle, difícil de resolver, se une un agravante: no todo el mundo quiere que sus creaciones, sean buenas o sean malas, tengan un hueco en un escaparate tan excepcional como el que nos ocupa. Hay directores que tienen miedo a presentar sus trabajos en eventos notorios. Las malas críticas pueden hundir su estreno. Yendo más allá: aunque los realizadores estén encantados con su obra, entran en juego los productores y la distribuidora de turno. Si no se llega a un acuerdo con ellos, el certamen puede quedarse sin el filme ansiado para su programación. No nos olvidemos tampoco de que, en algunos casos, ahí está la política zascandileando.
Son muchos escollos en el camino, muchos intereses de por medio, detalles que no se tienen en cuenta a la hora de criticar una selección de un festival en su conjunto. Tiene su razón, no hay por qué saber lo que se cuece puertas adentro de un evento, lo que realmente importa es la calidad cinematográfica. Viene esto al caso porque la 56 edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián se enfrenta a un momento crispado, en el que la prensa ha arremetido contra el reciente festival de Venecia acusándole de acoger muy mal cine. El problema no tiene por qué ser lo antepuesto en el primer párrafo: la cinematografía mundial no está regalándonos precisamente obras maestras últimamente. En uno de los peores momentos para el séptimo arte, cuando la sangría de espectadores es alarmante, el sector no responde con proyectos que enganchen al gran público, y los más cinéfilos apenas encuentran algún oasis en el desierto. No lo tienen fácil, a priori, Mikel Olaciregui y su equipo, para contentar de un modo mayúsculo a la crítica especializada, que exhibe sus garras antes que abrir los brazos en señal de amistad.
El duro trabajo de un año, a la postre efímero, se ve reflejado en diez intensos días de cine, cuya huella queda en los papeles, para bien o para mal, y en la memoria de aquellos espectadores que van sin prejuicios a la sala oscura y recuerdan la cita festivalera si alguna película llega a tocarles la fibra.
Además la dosis de glamour es, a la hora de la verdad, el dato que marca el listón mediático y contenta al público más enfervorizado, por encima muchas veces de las virtudes de la programación cinematográfica.
Hoy empieza el Zinemaldia, un buen momento para recordar ESTE MITICO POST, que no tiene mucho que ver con la cita donostiarra, pero da pie a sacar el tema