K-ña en Malasaña
Una de las cosas que más me molaba de Madrid cuando me vine a vivir por estos pagos era que apenas llovía cuatro días al año. Ahora ni recuerdo cuatro días seguidos sin llover.
En estos días de imprevisible cambio climático, en los que, como bien me definió el otro día alguien de cuyo nombre no acierto a acordarme, andamos la mayoría de los mortales con una sensación entre la melancolía y la mala leche, a algunos no nos hace ni gracia que un grupo de kalimotxeros con ganas de hacerse el punkie hayan montado una batalla campal en el barrio. Malasaña, para ser exactos, lugar donde transcurre felizmente gran parte de mi vida desde hace nueve años.
Anoche unos gritos me despertaron a las tantas, cuando apenas llevaba unos minutos sopa. Y a un noctámbulo como yo, poco le hace falta para entretenerse sin volver a apoyar la oreja en la almohada. Asomado a la ventana en pijama, como mandan los cánones, he visto correr por las calles un mosaico de despistados alborotadores: emocionados pijindies, modernos de pandereta en el parque de atracciones, algún punk-rocker con ganas de fiesta, irreductibles heavies aficionados a romper cristalería no muy fina, anarquistas de salón de belleza y, sobre todo, púberes excitados con ganas de bronca de película de Calparsoro. Algunos vecinos de edificios colindantes increpaban a voz en grito a la muchachada, empeñada en tumbar los contenedores de basura, mientras los munipas ejercían su derecho a enseñar la porra. Esto no es Euskadi, recordé, allí probablemente sería otra historia, también para no dormir.
Entiendo que la caña en Malasaña haya sido fruto de un malestar general. Algo hay que hacer para aliviar estos días raros, raros, raros. De paso, salimos en el telediario, los chavales tiene algo que contar a sus compañeros de clase y los más irritables del vecindario han descargado algo de estrés soltando sonrojantes improperios.
Ya se sabe, amigos: mucha policía, poca diversión. Pero no sonaban en mi cabeza Eskorbuto. Tampoco Kortatu. Adivinen qué. El espectáculo se asemejaba más a las vaquillas de las fiestas de cualquier pueblo de la profunda España en época estival que a un “¡A las barricadas!”. Y todo porque no dejan hacer botellón en las aceras, ¡fíjate tú! Porque no hay verbena el 2 de mayo.
Me pregunto, si se monta este lío por un quítenme de aquí esas litronas, ¿qué debería pasar si la energía desperdiciada se canalizase en otras protestas más necesarias? El paro o la vivienda, por poner dos ejemplos archimanidos. Prepárense… debería estallar el obús. Pero no… preferimos ir borrachos como cubas.
Así somos, y así seguiremos siendo, per secula seculorum.
Y sigue lloviendo.