Entre zombis anda el juego
Los zombis, los muertos vivientes, los no-muertos, los cadáveres andantes, devoradores de cerebros, masticadores, son una fuente de inspiración inagotable. Su tirón como icono del cine de terror moderno no pierde fuelle, a pesar de la aparente sencillez de su fórmula, probablemente el secreto de su éxito. Tras el reciente estreno de 28 semanas después, la muerte que camina vuelve a adquirir protagonismo en nuestras salas de la mano de Planet Terror, cinta desmembrada del proyecto Grindhouse, homenaje sentido y desbocado al cine de bajo presupuesto perpetrado al alimón por Quentin Tarantino y Robert Rodriguez, muy dados a compartir cinefagia y otros vicios como buenos compadres. La nueva película del responsable de El mariachi se estrena en Europa antes que Death Proof. Nos olvidamos, por tanto, del espíritu de doble programa y sesión golfa con la que nacieron ambos filmes como uno solo, cuestión que no quita que podamos disfrutar igualmente de ambos.
La palabra grindhouse, léase “casa de chirridos”, hace referencia a las salas de los años 70 donde se proyectaban a horas intempestivas copias machacadas tras múltiples pases, llenas de ralladuras y cortes. Generalmente eran largometrajes de temática gore, softcore, artes marciales, horror… Cine exploitation, con el sexo y la violencia como principal reclamo, con la etiqueta sólo para adultos bien visible en el cartel, sin censuras… Planet Terror, una oda al concepto de cult movie, pretende recordar este ambiente festivo, una filosofía que se transmuta en una vuelta de tuerca despendolada al subgénero terrorífico protagonizado por muertos vivientes. El director de Sin City ha cogido algunas de las producciones de zombies que le marcaron en su adolescencia, con el legado de George A. Romero a la cabeza, y las ha contaminado con el gore y el humor macabro que marcaron los comienzos de Peter Jackson. Braindead se encuentra con El día de los muertos en esta propuesta de ritmo agotador protagonizada por Rose McGowan, una de las Embrujadas televisivas (con un arma como letal solución ortopédica para su pierna mutilada, imagen convertida ya en un icono del trash pop art), y Freddy Rodriguez, visto en la estupenda serie A dos metros bajo tierra.
Esta vez la excusa para la aparición de una legión de no-muertos es un virus altamente contagioso producto de un experimento militar. Un pueblo sufre en masa las consecuencias de un escape de gas que convierte a los lugareños en una legión de cadáveres andantes aficionados a zampar carne humana. Comienza así la anatomía desatada aderezada con toneladas de hemoglobina barata. La pirotécnia cárnica ofrece gags visuales no aptos para todos los públicos. La sangre salpica los fotogramas, mientras una galería de personajes, tan grotescos como entrañables, escupen chistes gruesos y ametrallan a todo muerto viviente en granguiñolescas escenas de acción. Los fans fatales disfrutarán especialmente con este homenaje desvergonzado a un tipo de películas que arrasaban en su día en las sesiones golfas de los autocines americanos. El ánimo de recrear aquellas delirantes proyecciones ha llevado a Rodriguez hasta el punto de mimetizar las imperfecciones del celuloide, como si fueran cintas de la época heridas tras múltiples pases. Incluso falta un rollo en el metraje, a modo de hábil elipsis.
Grindhouse, y, en consecuencia, Planet Terror, es una gamberrada a reivindicar, la demostración de que, afortunadamente, en el país de las barras y estrellas todavía hay autores osados que se toman muy en serio las películas poco serias, gozan de una extraña libertad en los tiempos que corren y predican la filosofía de levantar aquellos proyectos que les pide el corazón. Hacen el cine que les gustaría ver en las salas, algo que en nuestras fronteras se antoja una disparatada hazaña.
(de EL CORREO)