Menos mal que nos queda Rob Zombie
Hay quien menosprecia de entrada el trabajo de Rob Zombie tras las cámaras, debido a su estatus de rockstar y su afición extrema al cómic y la serie B. Sus dos primeros filmes, La casa de los 1.000 cadáveres y la secuela Los renegados del diablo, no pasaron desapercibidos a los seguidores del género de terror, pero la crítica especializada no desprejuiciada ignoró ambas propuestas, un soplo de aire fresco (envenenado) en el panorama del celuloide fantástico. Con el remake de Halloween, el polifacético artista confirma que sabe lo que hace, ya sea sobre los escenarios, entre viñetas o narrando con imágenes en movimiento.
Conocedor de los lugares comunes del género que tiene entre manos, de sus tópicos, vicios y virtudes, Rob Zombie demuestra con Halloween que el cine de terror de palomitas, con el público teenager como target y el exceso de hemoglobina como reclamo, puede estar bien filmado, con garra y conocimiento. Acostumbrados estamos a que los relatos de horror sean maltratados por cineastas artesanos que pasaban por ahí, pero en el caso que nos ocupa se nota sobremanera la entrega y pasión de un director que disfruta con lo que está contando y quiere hacer participe de esa sensación a los posibles espectadores.
Lo mejor de esta nueva versión del clásico del siempre reivindicable John Carpenter es, curiosamente, un prólogo aportado por Zombie que diserta sobre las razones que impulsan a Michael Myers a asesinar sin contemplaciones. La remasterización de Halloween se revela como dos películas en una, narradas con una magia macabra de la que carecen muchas producciones tenebrosas de última hornada.
¡Bravo por Rob!
(publicado en el suplemento GPS)