Apocalipsis Mel
Son muchos los que le tienen ganas a Mel Gibson. Megalómano en potencia, tachado de machista y reaccionario, muchas veces a la ligera, con sus recientes encontronazos etílicos, esas borracheras sobre cuatro ruedas profiriendo insultos antisemitas, pasto de la prensa amarilla, se ha ganado a pulso la etiqueta de personaje polémico al que resulta complicado tomarse en serio. Aún le falta carrera a Mad Mel para ganarse el respeto del que goza Clint Eastwood, por ejemplo, con cuya trayectoria tiene más de un punto en común. Ambos artistas se han movido, como intérpretes, en géneros diversos, destacando especialmente en el celuloide de acción, probablemente una de las variantes cinematográficas más vilipendiadas junto al terror. Con una carrera destacada como astro en Hollywood, Gibson se defiende con similar eficacia detrás de las cámaras en su notable faceta de director. Apocalypto confirma la sapiencia de un cineasta de raza, visceral y contundente, que no se amedrenta ante proyectos complicados. Su nueva película es una clara demostración de su pasión desenfrenada por el séptimo arte, entendiéndolo como un espectáculo para los sentidos, un medio de expresión arrebatador capaz de sumir al espectador en un estado de hipnosis catártica donde hay espacio para la reflexión y el entretenimiento a un mismo tiempo.
La maestría del inquieto Gibson como narrador es innegable, una virtud que escasea en el cine que copa la cartelera. Es preocupante la falta de oficio en los directores de nuevo cuño, y el hastío en los veteranos. Afortunadamente, Apocalypto es capaz de devolver la ilusión al público desprejuiciado que disfruta de la aventura en pantalla grande, y de propina podemos contemplar una metáfora visual sorprendente sobre el devenir del ser humano, concentrada en una época turbulenta: el final de la gran civilización Maya. La idílica existencia de una tribu que vive en armonía con la naturaleza es brutalmente interrumpida por una violenta fuerza invasora. Se inicia así la lucha por al supervivencia de un individuo que se niega a ver desaparecer su forma de vida.
No caben discusiones sobre el rigor histórico de la propuesta, Gibson deja claro desde el principio que tiene entre manos un relato ficticio. Tampoco niega los evidentes delirios de grandeza que impregnan la producción, un tour de force desatado, con complicadas secuencias rodadas en la selva, entre otros derroches de energía sobre celuloide. La tensión que recorre el filme atrapa al espectador sin miramientos en más de dos horas de metraje imparable, con unos 50 minutos finales de infarto donde apenas hay diálogos en una persecución cruenta y terrorífica. El fascinante diseño de producción no cae en la postal en manos del polifacético artista, otro detalle a agradecer, al igual que el excelente trabajo con el reparto. ¿Cuál es el posible problema de Apocalypto? A pesar de su contundencia narrativa, cuenta con momentos muy a la americana que empañan una buena muestra de cine físico, que sale de las entrañas. Gibson va al grano, se sumerge con el público en la aventura con todas las consecuencias, sin contenciones, pero su caligrafía se apoya en exceso en fotogramas tan eficaces como vistos, lo que deja cierto regusto a artificio.Salvaje por momentos, con menos hemoglobina de la que se ha anunciado a bombo y platillo, la cuarta película del director de Braveheart ofrece espectáculo y habla de temas varios, entre ellos de cómo la naturaleza se vuelve contra el hombre que la maltrata, talando árboles para construir grandes templos donde se realizan sacrificios humanos para satisfacer a un dios incierto. Para Gibson la salvación del ser humano no está en al religión ni en una sociedad regida por un sistema. La familia y la camaradería están por encima. La decadencia de la civilización Maya sirve de ejemplo apocalíptico, de ahí el título del filme, identificable con la situación actual de nuestro planeta. ¿Hacia dónde vamos?
Para EL CORREO. Aquí sin cortes. Writer´s cut.