La revista vasca de historietas TMEO, fundada para reunir y dar salida a un variado grupo de dibujantes cultivados en los prolíficos años ochenta, mantiene un espíritu marcadamente independiente digno de elogio.
Autores como Alvarez Rabo o Mauro Entrialgo, indispensables a la hora de hablar de cómic de humor reciente pergeñado en nuestras fronteras, se han curtido en las páginas de una apuesta que, a día de hoy, continúa ofreciendo a los lectores sin prejuicios una buena dosis de evasión sin cortapisas, ácida y crítica, en tiempos de excesiva corrección política. El TMEO sigue dando guerra desde la salida de su primera entrega en 1987, una gesta que adquiere proporciones cósmicas si tenemos en cuenta que estamos hablando de una edición independiente plenamente entregada a la historieta. Desaparecido El Víbora, esta histórica cabecera nacida en Vitoria es el último bastión de un modo de entender las viñetas. Los fanzines en papel escasean, ya no le hacen sombra, y la revista El Jueves se antoja inofensiva al lado de este proyecto incombustible cuyas sardónicas planchas han arrancado carcajadas a un público no necesariamente aficionado a los tebeos. Todo ello sin olvidar su objetivo de servir de plataforma a autores que no siempre tienen cabida en soportes profesionales, generalmente por razones de censura.
El TMEO se ha labrado un camino no exento de polémica, pero algunos importantes premios le han dado la razón, entre ellos Mejor Fanzine Europeo (Grenoble 1989) y Mejor Fanzine en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona (1990 y 2001). Mikel Valverde, Alvarortega, Santi Orúe, Ata, Piñata, Ernesto Murillo, Abarrots, Tamayo, Larry, Roger, Furillo, Nono Cadáver, Kini o Manolito Rastamán son algunos de los miembros de una revista que ha creado escuela: ahí están propuestas como el Paté de marrano, ya extinta, o su hijo, el Cretino, otra buena muestra de libertad gráfica.
(texto publicado ayer en EL CORREO, aquí sin cortes por espacio)