Videojuego de saldo
Los títulos de crédito iniciales de Crank emulan la tipografía estridente y pixelada de los videojuegos de los años ochenta, una imagen que se ha puesto de moda en las revistas de tendencias. Algunas empresas avispadas han visto el filón y entrañables piezas como Street Fighter, el sempiterno Pac Man o las siempre eficaces máquinas de marcianitos están siendo rescatadas y puestas de nuevo a la venta con renovado envoltorio. Mark Neveldine y Brian Taylor, directores de este estreno anunciado como un cruce entre Speed y Muerto al llegar, petenden sumergir al espectador en una espiral de acción y violencia imparable, con un ritmo trepidante similar al de cualquier título con gancho de las plataformas de juego, un negocio que está comiéndole el pastel a la industria cinematográfica ante los ojos de Hollywood. La intención de hipnotizar al público con imágenes frenéticas queda expuesta desde el comienzo del filme. Sin embargo, una vez hemos subido a la montaña rusa, dejando los prejuicios a un lado, rindiéndonos al simple espectáculo, los altibajos de la propuesta son similares a la de cualquier barraca de feria que sube y baja. El chute de adrenalina que se inyecta en vena el protagonista de la trama no siempre contagia y lo que acontece en pantalla pierde fuelle de manera atropellada.
La excusa que invita al desfile de escenas violentas con look forzado a lo Playstation –ángulos imposibles, cámara en mano enloquecida, montaje sin aliento…- es la descripción de la lucha por la supervivencia de un matón del montón, interpretado por Jason Statham, empeñado en ser reconocido como la fotocopia mala de Bruce Willis tras el dudoso éxito de títulos abonados a la explotation como Transporter. La estética de videoclip campa a sus anchas en este delirante propósito que aburre sobremanera según avanza el torrente de acción, una sucesión de secuencias por la cara que cansan al más entregado por no dejar tranquilas las pupilas y tener poco que contar, por no decir nada, aunque nos limitemos a los trompazos. El protagonista no puede parar de correr y brincar porque le han inoculado un veneno mortal capaz de paralizar su corazón en cuanto baje la guardia. Meterse en el cuerpo serrano todo tipo de excitantes (cocaína, bebidas energéticas, medicamentos…) es la única manera de mantenerse en pie y corretear de aquí para allá sin ton ni son, pisando cabezas a ser posible, hasta que encuentre al capullo mafioso que le ha hecho la cama y vengarse de tamaña osadía antes de que se le acaben las pilas. Evidentemente, con semejantes cartas sobre la mesa, los directores no pretenden engañar a nadie, pero lo que venden como un tripi visual epatante se antoja una aspirina para el dolor de cabeza con fecha de caducidad expirada. El show se desinfla a marchas forzadas y todo queda en un intento de romper con todo más bien infantil, con risibles ínfulas de incorrección política de manual (“mami, de mayor quiero ser gamberro”).
Crank se apropia de lo peor de los peores videojuegos: un machismo exacerbado, una historia endeble y una acumulación de tópicos sonrojante. A esto hay que añadir algunos chistes lamentables, de viejo verde terminal, que terminan de lapidar el incoherente tono del filme. Algún moderno despistado igual sucumbe ante el atractivo artificial de una película renqueante y superficial que no consigue ser una buena cinta de acción rompedora ni por asomo y hace flaco favor a una presunta estética de videojuego, que aún no ha sabido transmitirse con sentido, como también ocurre con el cómic. Todo queda en un zapping sin razón. No sabemos qué canal escoger, y al final no vemos nada, entre tanta imagen fugaz que nos obliga a echar la siesta en el sofá y disfrutar del sano onirismo mental con el mando entre las manos.
Publicado hoy en EL CORREO, aquí sin cortes