Viernes 13 cañí
La absoluta falta de pretensiones es una cualidad admirable en el buen cine de entretenimiento, sobre todo cuando se tienen las cosas claras antes de dar el primer golpe de claqueta. Si hablamos de películas de evasión, cuyo único objetivo es hacer pasar un buen rato al espectador sentado en su butaca, hemos de ser conscientes de que también hay que saber rodar este tipo de productos concebidos para el consumo del gran público. No todo vale cuando se huye del conflicto intelectual con el espectador. No hay que quedarse con la idea de que el baremo de calidad puede ser ínfimo cuando tenemos entre las manos una obra modesta que solamente busca hora y media de diversión. Este cuento no se ha aplicado en su debut tardío el distribuidor Francesc Giró, ahora metido a director, que pretende explotar con La central una fórmula manida hasta la extenuación a la que aún se puede sacar punta con ganas e ideas. Casi el 80% de la cuota de pantalla en España es público veinteañero que acude en masa a los centros comerciales armado con palomitas y golosinas para ver el último estreno del fin de semana. La central busca este tipo de espectador con una cinta de terror en la línea de Viernes 13 y tantas otras cultmovies con alegres psicópatas, un esfuerzo loable que, desgraciadamente, como viene se va. La opera prima de Giró da gato por liebre. No aporta absolutamente nada al subgénero y no cumple con los requisitos fundamentales para que el espectáculo funcione mínimamente. El relato macabro de un grupo de jóvenes que se aleja de la civilización y va a parar a un misterioso lugar donde cada uno de los miembros va siendo asesinado del modo más cruel posible lo hemos visto mil veces, pero aparece Scream y ponemos a cero el contador de cadáveres. Las posibilidades de exprimir el esquema son infinitas, pero, de entrada, en La central los protagonistas no empiezan a ser exterminados hasta bien avanzada la soporífera trama. Hay que esperar casi una hora de metraje para que pase algo, a pesar de que, como espectador, quieras ver el cuchillo morcillero funcionando al de 5 minutos de iniciarse la proyección, tras escuchar diálogos de parvulario y observar a un hatajo de teenagers de manual comportarse como en el programa televisivo Libertad vigilada, bebiendo como oligofrénicos con la única obsesión de mojar el churro. La tensión y los sustos brillan por su ausencia, aunque la terrible banda sonora pretenda remediar el desaguisado. Las muertes son más bien sosas, el peor calificativo que se puede endiñar a un producto kleenex de estas características. Poca sangre y poco rock´n´roll. La central se antoja un ejercicio de prácticas de instituto estirado que confirma que la temporada cinematográfica estival es una especie de contenedor de basuras donde cabe todo lo que no ha podido ver la luz durante el resto del año (quizás porque nunca debería verla). El ataque de los bodrios asesinos sucede en verano. Repasen bien la cartelera antes de elegir qué ver y sufrir en silencio en la sala oscura.