El cine español y YO
Rescato un texto aparecido el pasado viernes en EL CORREO, mutilado debido al espacio final para el artículo (cosas de la publicidad, sic!). Con la excusa de hacer una crítica de la estimulante Yo, de Rafa Cortés, hablo un poco de cine español en general.
YO
En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Esta frase lapidaria le va como anillo al dedo al actual cine español, como ya se demostró en el último Festival de Cine de Málaga. Arrasó en el palmarés Bajo las estrellas, más de lo de siempre disfrazado de modernidad. El afortunado filme de Félix Viscarret está oxigenando la taquilla ibérica estos días, y fue de lo más decente visto en el evento malagueño, plataforma de difusión y promoción de la cinematografía española, pero no fue la propuesta más estimulante de la cita andaluza. Yo, de Rafa Cortés, entró en una Sección Oficial anodina, y se llevó una mención especial del jurado, que probablemente no fue a más debido a su naturaleza de rara avis en el panorama audiovisual que nos rodea. Alejarse de lo convencional, apostar por un cine diferente, no siempre es recompensado como debiera por estos pagos. Prueba de ello es que esta sugestiva cinta protagonizada por Alex Brendemühl, responsable del guión junto al director, obtuvo el premio FIPRESCI en el Festival de Rótterdam y está funcionando estupendamente en eventos internacionales, incluyendo un pase exultante por Cannes.
Yo se revela como un proyecto atípico, que roza lo experimental sin olvidarse del público. El éxito que ha despertado aquí y allá la inquietante ópera prima de Cortés confirma que nuestra cinematografía necesita más producciones arriesgadas como ésta, que insuflen energía a un panorama herido de gravedad, falto de originalidad, que se apoya básicamente en la política de subvenciones ofreciendo –recalcando- lo mismo de siempre –comedietas de guerra de sexos, dramas sociales indigestos- aunque el público le de la espalda. Hacer cine por hacer, sin ganas ni criterio, salvo llenarse el bolsillo, no beneficia en absoluto a un negocio que sobrevive a duras penas de cara a la galería, mientras algunos avispados productores llenan sus arcas. Una buena Operación Malaya no vendría mal en el cine español, porque delinquir sin mancharse las manos jugando con la cultura es reírse del personal a la cara. Implantar un carnet por puntos, en todas las disciplinas, para evitar creadores abonados al pesebre público, mentes sin talento y mecenas con más cara que espalda, tampoco estaría mal.
Así pues, Yo, contundente ya desde su título, debe defenderse no sólo como una propuesta a tener en cuenta cinematográficamente hablando. También hay que recomendarla por su concepto e intenciones, por su defensa a ultranza del arte de contar historias en imágenes y su honestidad viendo lo que hay en la aburrida cartelera. Evidentemente, no es, en absoluto, plato para todos los gustos, y las muchas expectativas que ha levantado el filme de festival en festival puede ir en su contra, pero, de entrada, si uno no quiere quedarse indiferente en la butaca debe arriesgarse a la hora de pasar por taquilla y degustar opciones rabiosamente personales como este drama rodado en Mallorca que presenta la historia de un hombre que, sintiéndose acusado de algo que no ha hecho, trata de demostrar su inocencia. Sus intentos por resolver esta situación le llevaran a confrontarse con el verdadero problema: él mismo.
Yo habla de la búsqueda de identidad a través de unos personajes enigmáticos. Deja claro desde su planteamiento que busca provocar sensaciones al espectador, como bien cuenta su máximo artífice, una firma a tener en cuenta: “En el fondo, hay una voluntad un poco terrorista; creo que rompemos con un tabú ético, y es que ser uno mismo no tiene porque ser necesariamente bueno”. “Creo que la cinta está ahí para que cada uno la absorba como quiera. Quizá invite a reflexionar sobre los fantasmas, los miedos, las inseguridades, quizá provoca dudas metódicas y luego sugiera una cierta catarsis”, añade Brendemühl.