Laberinto paranoico
En la piel de toro se ruedan más películas de lo que parece, a pesar de que la palabra crisis va unida al cine español desde tiempos inmemoriales. Otra cosa bien distinta es que el grueso de la producción nacional no visite las salas, o lo haga en unas condiciones, digamos (alto y claro), paupérrimas. Cierto es que muchos filmes de cosecha autóctona, ¿demasiados?, no merecen el privilegio de estrenarse por méritos propios, con el añadido de que la gran mayoría de títulos made in Spain están sujetos a esquemas caducos y aburren de mala manera al personal. Por eso cabe destacar que existan cintas como La caja Kovak, una apuesta directa por el cine de género, realizada en nuestras fronteras sin complejos. Rodada en inglés, con Timothy Hutton y Lucía Jiménez como protagonistas, la tercera propuesta cinematográfica de Daniel Monzón, crítico de cine de profesión antes de ponerse detrás de la cámara, propone un thriller laberíntico repleto de giros argumentales que remite al siempre sugerente cine de maestros como Alfred Hitchcock.
La caja Kovak presenta a David Norton (Hutton), un escritor norteamericano de novelas de ciencia-ficción, como hilo conductor de una trama que se decanta por la descripción atropellada de acontecimientos en beneficio de una tensión in crescendo que llega a atrapar al espectador, siempre y cuando éste se deje llevar, como público entregado y desprejuiciado, por las trampas del guión. El protagonista es invitado a una isla paradisíaca del mediterráneo para dar una conferencia sobre su obra. Llega al lugar con su pareja, a la que pide matrimonio sumido en una profunda algarabía, pero la felicidad se ve perturbada cuando, una vez aceptada la propuesta de matrimonio, la prometida se suicida incomprensiblemente tirándose por la ventana del hotel. Mientras, Silvia (Jiménez), una joven turista, sobrevive tras intentar quitarse la vida. No recuerda qué le pasó, salvo que nunca ha tenido la necesidad de desaparecer de este mundo por la vía rápida. Comienza así una espiral de suspense a la vieja usanza, quizás uno de los mayores lastres de una película sincera que peca de una utilización extrema de una retahíla de tópicos de antaño para mantenerse viva.
Daniel Monzón controla los mecanismos del thriller, sabe como manejarlos con cierto antojo, pero no se arriesga un ápice a la hora de inducir al misterio, al margen de haber logrado levantar un proyecto inusual (y valiente) por estos lares. No añade nada original a su efectiva puesta en escena, turbadora por momentos, excesiva en su metraje. La caja Kovak no deslumbra, no resulta redonda a pesar de contar con claras virtudes, como ya ocurriera en los anteriores filmes de este cineasta, El corazón del guerrero y El robo más grande jamás contado, piezas entretenidas y recomendables que no terminan de despegar porque nos suenan a algo ya visto. No hay que quitar méritos, por supuesto, a un director que puede llegar a encontrar una mirada más personal viendo que tiene bien aprendido el oficio, pues viene siendo habitual contemplar obras más vistas que el tebeo fatalmente orquestadas, daños y perjuicios que no afectan a este estreno necesario que cuenta con algunos momentos de impacto, de buen cine, como el intento de suicidio de Lucía Jiménez, rodado en un delicioso plano secuencia, o ese duelo final entre el protagonista y el villano, digno de grandes obras maestras de la historia del séptimo arte. Merecen también especial atención los títulos de crédito iniciales y un evidente guiño a David Cronenberg en el comienzo del, por momentos, inquietante relato.
(publicado hoy en EL CORREO)