Crónica de verano
Este fin de semana he tenido una visita ilustre, el insigne Rubén Lardín se ha refugiado unos días en mi humilde choza, y con cuatro manos y dos mentes hemos conquistado una milimicra del planeta por unos días. Entre nuestros planes de verano, aceptamos una invitación de otro insigne, Mauro Entrialgo, nos dejamos llevar por el non sense y nos perdimos en el Parque de Atracciones de Madrid el pasado viernes, hasta que nos echaron a la una de la mañana. Nos juntamos una tropa de peterpanes (Sonia, Diego, Manolo, Molina, Dalton…) con ganas de liarla, de acordarnos de ser niños, de olvidar problemas y hacer el indio.
En plan Jóvenes Castores, nos pillamos la pulsera supercalco o nosequé para montarnos en todo lo imaginable, aunque el que esto escribe pasó de las alturas, que el vértigo es una cosa muy seria. Para aderezar el espectáculo (y combatir el calorazo), cayeron cuatro millones de katxis, minis o litros de cerveza, como quieran llamarlo, con lo cual el show fue de altura, incluyendo lanzamiento de pota fresca de algunos incautos después de darlo todo en el Tornado.
Nos dimos de hostias en los autos de choque, pasatiempo ideal para liberar stress, cine 3- D para mongolos, dirigibles volantes, barco fantasma… Atención a mi careto en la foto de arriba, cayendo en la cascada de los troncos flotantes… Un bello poema…
La mayor absurdez fue meternos en los rápidos tan felices. Te montas en un donut gigante, que va dando vueltas en plan rafting. De entrada, nos mosqueó ver que en los demás donuts el personal iba en traje de baño, o con impermeable, pero no nos imaginábamos que el agua inundaba totalmente la cutre-barca. Nos empapamos del todo, como recién salidos de la ducha, con lo cual no hubo más remedio que intentar secarse en el WC, dando lugar a un espectáculo bochornoso para toda madre (creo que al mía, afortunadamente, no lee este blog). Aquí estoy en una imagen con el culo en pompa, calentando el pantalón y el esfínter mientras Mauro se suelta la zapatilla y pone cara lasciva. Después eché un meote en el WC para niños ilusionado.
El delirio continúo por Malasaña, y ya no me acuerdo ni cómo acabamos. Bueno, sí, vigilando a los chinos que venden cerveza fría por la noche: la esconden en las papeleras y alcantarillas. Cerramos el Wurlitzer y entramos en un bucle espacio-temporal digno de estudio.
Como anécdota de notable importancia, comentar, modestia aparte, que quedé primero en una atracción donde te montabas en un caballo mecánico que se movía a lo loco mientras disparabas a unos cowboys infográficos en una pantalla gigante. Primero de unas 40 personas o así, jugar a la play es lo que tiene y tal. No había premio, por supuesto (qué triste, amigos!!!), aunque lo mejor fue ver caer del caballo a un padre de familia borracho en mitad de la movida. Al parecer, es algo habitual en el parque de atracciones, ver a gente bolinga paeando a los críos el fin de semana. El futuro de algunos, intuyo, haw, haw, haw!!!